Me senté en la iglesia detrás de una mujer, cuando el grupo de alabanza empezó a tocar una canción llamada «Si solo pudiera imaginar». Adoramos allí, y cuando más tarde me contó sus luchas con la salud, necesité orar juntas durante sus próximos tratamientos para el cáncer.
Unos meses más tarde, Luisa me dijo que tenía miedo de morir. Oré por ella ahí en el hospital y luego entoné nuestra canción en voz baja. Si solo pudiera imaginar lo que habrá sido para Luisa adorar a Jesús cara a cara unos días después.
El apóstol Pablo ofreció una seguridad reconfortante para sus lectores que se enfrentaron a la muerte (2 Corintios 5:1). El sufrimiento experimentado de este lado de la eternidad puede causar gemidos, pero nuestra esperanza sigue anclada en nuestra morada celestial con Jesús (vv. 2-4). Aunque Dios nos empujó para que anheláramos vivir para siempre con Él (vv. 5-6), sus promesas tienen que afectar nuestra manera de vivir para Él ahora (vv. 7-10).
Mientras vivimos para agradar a Jesús a la espera de su regreso o de que nos llame a casa, podemos regocijarnos en la paz de su presencia constante. ¿Qué experimentamos cuando dejamos nuestro cuerpo terrenal y nos unamos a Jesús en la eternidad? ¡Si solo pudiera imaginar!
De: Xóchitl Dixon