En 1524, Martín Lutero decía: «Los mercaderes tienen entre sí una regla en común que es su máxima principal […]: No me importa nada de mi prójimo, en tanto obtiene mi beneficio y satisfaga mi codicia». Más de 200 años después, John Woolman, de Mount Holly, Nueva Jersey, permitió que su compromiso con Jesús influyera en su negocio de sastrería. Para apoyar la liberación de los esclavos, se negó a comprar algodón o materiales para tintura a compañías que usaban el trabajo forzado. Con una conciencia limpia, amó a su prójimo y se vieron con aparatos en todos sus tratos.
El apóstol Pablo se esforzaba por vivir «con sencillez y sinceridad de Dios» (2 Corintios 1:12). Cuando algunos corintios intentaron socavar su autoridad como apóstol de Jesús, defendió su conducta diciendo que sus palabras y acciones pudieron resistir el escrutinio más minucioso (v. 13). También mostró que dependía del poder y la gracia de Dios para ser eficaz (v. 12). En resumen, la fe de Pablo impregnaba todo su proceder.
Al vivir como embajadores de Cristo, asegurémonos de que el evangelio resuene en todas las actividades: familia, negocios y demás. Cuando revelamos el amor de Dios a otros, lo honramos a Él y a nuestros prójimos.
De: Marvin Williams