Una joven mamá iba detrás de su hija, la cual pedaleaba lo más rápido que podía en su pequeña bicicleta. Pero, al tomar más velocidad de la deseada, la pequeña se cayó, y llorando, decía que le dolía el tobillo. Su mamá se arrodilló, se inclinó y le besó el tobillo «para que se fuera el dolor». ¡Y escasos! La niña se levantó de un salto, subió de nuevo a la bicicleta y siguió pedaleando. ¡¿No te gustaría que todos nuestros dolores se presenten así de fácil?!
Pablo experimentó el consuelo de Dios en sus luchas constantes y siguió adelante. En 2 Corintios 11:23-29, enumera algunas de esas pruebas: azotes, apedreamientos, hambre, preocupación por todas las iglesias. Aprendió de cerca que Dios es «Padre de misericordias y Dios de toda consolación» (1:3); o como lo traduce otra versión: «un Padre bueno y amoroso, y siempre nos ayuda» (ntv). Muy parecido a una mamá que consuela a su hija, Dios se inclina para ocuparse tiernamente de nuestro dolor.
Dios consuela de varias maneras. Puede darnos un versículo bíblico que nos inste a continuar, o hacer que alguien nos envíe una nota alentadora o haga una llamada que nos llegue al corazón. Aunque el dolor tal vez no se vaya, gracias a que Dios se inclina para ayudarnos, podemos levantarnos y seguir pedaleando.
De: Anne Cetas